sábado, 27 de julio de 2013

François Villon


Los lamentos de la bella armera


Creo estar las quejas oyendo

de la que fue la Bella Armera;

ella querría aún ser joven...

Parece hablar de esta manera:

-¿Por qué tan pronto me venciste,

vejez cruel y traicionera?

-¿Qué me ata que no me hundo el hierro

que esfumaría mis miserias?

Me arrancaste lo que Belleza

me otorgara para que reine

sobre clérigos y eclesiásticos,

sobre señores y burgueses.

No había entonces hombre muy cuerdo

que sus bienes no me cediese

con tal que lo único le diera

que de la puta nunca obtienen.

¡Y a cuántos hombres lo negué

-¡era entonces tan poco sabia!-

por un muchacho más que astuto

a quien encadené mi alma!

Disimulaba con los otros;

¡a él, Dios mío, cuánto lo amaba!

Y me zurraba sin embargo

y me quería por mi plata.

Mas por mucho que me golpeara

yo nunca lo dejé de amar,

y aunque me hubiese dado azotes

el dolor me hacía olvidar

con sólo reclamarme un beso.

Ese demonio, ese truhán

me abrazaba y... ¿Qué guardo de esto?

Vergüenza y pecado, no más.

Hace treinta años que está muerto

y yo, vieja, canosa, sigo.

Cuando me acuerdo de otros tiempos

y desnuda cuando me miro

y me veo tan diferente

(¡qué horrenda soy! ¡qué bella he sido!)

encogida, marchita, flaca,

me tengo rabia porque vivo.

¿Qué se hicieron mi lisa frente ,

mis cejas y cabellos rubios,

mis ojos de mirar travieso

con que atrapaba a los más duros,

esa nariz recta y mi rostro,

mi rostro que ahora en vano busco,

mis orejas blancas y firmes

y mis labios de un rojo puro?

¿Mis hermosos pequeños hombros,

largos brazos y manos finas,

pezones chicos y caderas

altas y sólidas, propicias

para batallas de amor largas

y, sobre todo, eso que hacía

dichoso al hombre entre mis muslos

bajo el jardín que lo escondía?

La frente ajada, blanco el pelo,

apagados los ojos que ayer

lanzaban rientes miradas

al pecho del noble y del burgués,

la nariz corva y las orejas

colgando velludas y también

del rostro huidos los colores

-si labios tiene, no se ven-

¡en eso para la belleza

humana! Manos contraídas,

brazos cortos, varias jorobas

entre los hombros distribuidas,

resecas están ya las tetas,

asco da eso que daba dicha

y los muslos amoratados

antes que muslos son salchichas.

Así juntas nos lamentamos

algunas pobres viejas tontas

sentadas sobre nuestras grupas

y acurrucadas en la sombra

junto a un fuego de pajas malas

que se apaga al viento que sopla.

¡Y en un tiempo fuimos tan bellas!

Así habrá de pasarle a todas.

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