Creo estar las quejas oyendo
de la que fue la Bella Armera;
ella querría aún ser joven...
Parece hablar de esta manera:
-¿Por qué tan pronto me venciste,
vejez cruel y traicionera?
-¿Qué me ata que no me hundo el hierro
que esfumaría mis miserias? 
Me arrancaste lo que Belleza 
me otorgara para que reine 
sobre clérigos y eclesiásticos, 
sobre señores y burgueses. 
No había entonces hombre muy cuerdo 
que sus bienes no me cediese 
con tal que lo único le diera 
que de la puta nunca obtienen. 
¡Y a cuántos hombres lo negué 
-¡era entonces tan poco sabia!- 
por un muchacho más que astuto 
a quien encadené mi alma!
Disimulaba con los otros; 
¡a él, Dios mío, cuánto lo amaba! 
Y me zurraba sin embargo
y me quería por mi plata. 
Mas por mucho que me golpeara 
yo nunca lo dejé de amar, 
y aunque me hubiese dado azotes 
el dolor me hacía olvidar 
con sólo reclamarme un beso. 
Ese demonio, ese truhán 
me abrazaba y... ¿Qué guardo de esto?
Vergüenza y pecado, no más. 
Hace treinta años que está muerto 
y yo, vieja, canosa, sigo. 
Cuando me acuerdo de otros tiempos 
y desnuda cuando me miro 
y me veo tan diferente 
(¡qué horrenda soy! ¡qué bella he sido!) 
encogida, marchita, flaca, 
me tengo rabia porque vivo. 
¿Qué se hicieron mi lisa frente , 
mis cejas y cabellos rubios, 
mis ojos de mirar travieso 
con que atrapaba a los más duros, 
esa nariz recta y mi rostro, 
mi rostro que ahora en vano busco, 
mis orejas blancas y firmes 
y mis labios de un rojo puro? 
¿Mis hermosos pequeños hombros,
largos brazos y manos finas, 
pezones chicos y caderas 
altas y sólidas, propicias 
para batallas de amor largas 
y, sobre todo, eso que hacía 
dichoso al hombre entre mis muslos 
bajo el jardín que lo escondía? 
La frente ajada, blanco el pelo, 
apagados los ojos que ayer 
lanzaban rientes miradas 
al pecho del noble y del burgués, 
la nariz corva y las orejas 
colgando velludas y también 
del rostro huidos los colores 
-si labios tiene, no se ven- 
¡en eso para la belleza
humana! Manos contraídas, 
brazos cortos, varias jorobas 
entre los hombros distribuidas, 
resecas están ya las tetas, 
asco da eso que daba dicha 
y los muslos amoratados 
antes que muslos son salchichas. 
Así juntas nos lamentamos 
algunas pobres viejas tontas 
sentadas sobre nuestras grupas 
y acurrucadas en la sombra 
junto a un fuego de pajas malas 
que se apaga al viento que sopla. 
¡Y en un tiempo fuimos tan bellas! 
Así habrá de pasarle a todas.

 
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