miércoles, 3 de julio de 2013

Giovanni Papini


Yo nunca he sido niño. No he tenido infancia. Cálidas y blondas jornadas de embriaguez pueril; largas serenidades de la inocencia; sorpresas de los descubrimientos cotidianos del universo: ¿qué son para mí? No los conozco o no los recuerdo. Después los he sabido por los libros, los adivino, ahora, en los muchachos que veo; los he sentido y probado por primera vez en mí, pasados los veinte años, en algún instante feliz del armisticio o de abandono. Infancia es amor, alegría, despreocupación, y yo me veo en el pasado siempre, separado y meditabundo. Desde pequeño me he sentido tremendamente solo y diferente. No sé el porqué. ¿Quizás porque los míos eran pobres, o porque yo no había nacido como los otros? No sé: recuerdo solamente que una tía joven, me puso el sobrenombre de viejo a los seis o siete años y que todos los parientes lo aceptaron. Y, en efecto; la mayor parte del tiempo estaba serio y cejijunto; hablaba muy poco hasta con los otros chicos; los cumplidos me daban fastidio; las caricias me causaban desprecio, y al tumulto desenfrenado de los compañeros de la edad más bella, prefería la soledad de los rincones más apartados de nuestra casa pequeña, pobre y oscura. Era, en fin, lo que las señoras de sombrero llaman un "niño tímido" y las mujeres en cabeza "un sapo".

Giovanni Papini (Un hombre acabado)

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