martes, 23 de julio de 2013

William Shakespeare


¡Oh, si esta masa de carne demasiado sólida pudiera ablandarse y liquidarse disuelta en lluvia de lágrimas! ¡Oh, Dios! ¡Cuán fatigado ya de todo, juzgo molestos, insípidos y vanos los placeres del mundo! Nada, nada quiero de él. Es un campo inculto y rudo, que solo abunda en frutos groseros y amargos. (...) Ni siquiera dos meses han pasado desde la muerte de aquel rey que fue, comparado con este, como Hiperión con un sátiro, y tan amante de mi madre, que ni a los aires celestes permitía llegar atrevidos a su rostro. (...) ¡Cielos! Una fiera, incapaz de razón y discurso, hubiera mostrado aflicción más durable... Esa mujer se ha casado con mi tío, con el hermano de mi padre, pero no más parecido a él que yo lo soy a Hércules. En un mes, enrojecidos aún los ojos con el pérfido llanto, se casó. (...) Esto no puede terminar bien. Pero hazte pedazos, corazón mío, pues mi lengua debe reprimirse.

(Hamlet)

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