sábado, 22 de junio de 2013

José Antonio Ramos Sucre


Gratitud más que amor siento por esa adolescente que cada tarde, a mi paso por delante de su ventana, recompensa con una sonrisa mi trabajo agobiador del día entero. Su inocencia no se ha espantado de mi tristeza que trasciende y contagia; para calmar mi desesperación, ella responde a mi galantería con un tímido silencio, mientras me envuelve de sus miradas dormidas, atenuando mi propio dolor y el que acabo de recoger a mi paso por los barrios de la miseria y el vicio. 

Imposible el amor cuando el porvenir ha caído al suelo, y la enfermedad de vivir arrecia como una lluvia helada y triste. Gratitud nada más para la adolescente que me protege contra la desgracia por todo el resto del día, siguiéndome con la vista hasta que desaparezco entre los transeúntes de la calle interminable. Gratitud para la naturaleza que a esta hora del año se viste de funerales atavíos haciéndome comprender que no estoy solo, que cuanto vive sufre, y todo vive. (...)

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